¿Quién quiere hacerse viejo?
En raras ocasiones se suele tratar la tercera edad en el cine. ‘Fresas salvajes’ es una de esas excepciones
Envejecer es un proceso inevitable. Convivimos con él y lo tenemos naturalizado pero rara vez nos detenemos a pensar en lo que realmente implica. Ya no se trata solo del desgaste físico, sino de un balance existencial: lo que hacemos, lo que hemos hecho y lo que aún nos queda por hacer. Enfrentar el final de la vida lleva siendo un tópico en el arte desde que este es tal. Por supuesto, el cine no es una excepción: la película Fresas salvajes (1957) de Ingmar Bergman, nos entregó una de las reflexiones más conmovedoras sobre este tema.
Y es que Bergman era un maestro a la hora de explorar las sombras del alma humana. En otras de sus obras más celebradas, El séptimo sello y Persona, se abordan temas como la salud mental, la mortalidad o la enfermedad. En Fresas salvajes se explora la vejez y la proximidad de la muerte con una naturalidad y un existencialismo apabullantes.
La cinta sigue al anciano Isak Borg (interpretado por un fenomenal Victor Sjöström), un médico jubilado que emprende un viaje en coche desde Estocolmo hasta Lund para recibir un reconocimiento académico. Este trayecto es para él tanto físico como psíquico: en él, Borg conoce a varios personajes, revive recuerdos de su juventud, se enfrenta a sus remordimientos y sufre experiencias oníricas que resultan perturbadoras y confusas a partes iguales.
Vivir bajo el yugo del tiempo finito
Al transmitir su mensaje, Fresas salvajes oscila entre la sutilidad y la franqueza más incómoda; en ocasiones recurre a ambas. Es fácil recurrir a uno de los momentos más impactantes de la película, el sueño en el que Borg se encuentra con su propio cadáver. Es una imagen chocante, pero no burda, que alude a un terror primitivo intensificado por la vejez: el olvido, la insignificancia.
Y es que, la tercera edad, además de una etapa de deterioro físico, es un momento de balance existencial. Este puede derivar en angustia o en aceptación, según cómo se haya vivido y según la capacidad para lidiar con las emociones no resueltas. En definitiva, es una experiencia increíblemente personal y reflexiva. En el caso de Borg el viaje supone un momento perfecto de introspección; es a través de él que puede reflexionar sobre su pasado y enfrentar su propia mortalidad.
Lo que vive el vetusto protagonista de la película, sin embargo, es también objeto de investigación de lo que hoy conocemos como gerontología. Esta se define como el estudio del envejecimiento bajo el prisma de la psicología y la sociología, frente a la geriatría, que estudia la tercera edad desde el punto de vista de la salud física. La gerontología se preocupa por la salud mental y la integración de los mayores, pues considera que son un colectivo particularmente vulnerable.
La importancia de vivir en paz
La ciencia ha demostrado que el bienestar en la vejez está estrechamente ligado a la capacidad de mantener conexiones significativas y a la flexibilidad mental, principalmente. En la película, vemos cómo Borg, un hombre inicialmente frío y distante, redescubre en su viaje la importancia de la calidez humana y del afecto, un recordatorio poderoso de que el envejecimiento saludable no se mide solo en términos médicos, sino también en la calidad de nuestras relaciones.
En Fresas Salvajes, Bergman nos explica que envejecer y la muerte no son solo una cuestión de tiempo, sino de perspectiva. La muerte es el final y es inevitable, pero podemos elegir como nos enfrentamos a ella. Al final de la cinta, Borg decide aceptar su situación y sus errores y reconectar con sus seres queridos. Y tú, ¿te vas a encerrar en el rencor y la añoranza o vas a encontrar paz en el perdón y el amor?