La gestión emocional, la gran olvidada en el abordaje de la obesidad
La gestión emocional debe ser uno los pilares en los que se asiente la pérdida de peso para que ésta sea efectiva, mantenida y asegure salud y bienestar
Para afrontar con éxito el abordaje de la obesidad, y obtener no sólo resultados satisfactorios a corto plazo sino también el mantenimiento de la salud y bienestar a medio y largo plazo, son fundamentales tres pilares, independientemente del empleo o no de las terapias farmacológicas: la alimentación, la actividad física y el manejo de las emociones.
De estos bastiones, uno de los habitualmente menospreciados e, incluso, olvidados, es la atención prestada a la esfera psicológica de la persona con obesidad. Sin embargo, la Dra. Cristina Petratti, médica especialista en obesidad y coaching nutricional, destaca: «La gestión psicoemocional de la persona con obesidad es fundamental para el éxito de la pérdida de peso y, más aún, para la consecución de un estilo de vida saludable y sostenible». De hecho, a su juicio sin una adecuada gestión emocional, cualquier esfuerzo de control de peso en obesidad fracasará.
Ayudar en la gestión emocional
Teniendo en cuenta que la mayor parte de los problemas asociados a la obesidad se deben a factores relacionados con el modo de vida, la psicología tiene un papel importante en el estudio y tratamiento de los problemas asociados a la obesidad. Por eso, como apunta Petratti, el manejo de la obesidad no sólo debe fundamentarse en el objetivo de perder peso, de alcanzar un valor deseado en la báscula, sino que es prioritaria la adopción de hábitos saludables que transformen no solo su cuerpo, sino también su mente y su vida.
Para ello, esta experta apuesta por ayudar a la persona que vive con obesidad en la gestión de sus emociones y la adopción de hábitos saludables, todo ello partiendo de un enfoque centrado en la empatía y la comprensión, empoderando a las personas con obesidad para que tomen el control de su salud y bienestar. Según estimaciones de esta experta, basadas en su experiencia particular (con más de 3.000 pacientes atendidos) y en la literatura científica, la óptima gestión emocional de la persona con obesidad supone, al menos, un 70% del éxito de cualquier abordaje encaminado a perder peso y a mantenerlo en el tiempo.
De lo emocional a lo físico, y viceversa
El estado psicológico y emocional tiene una repercusión directa en el estado físico. Una alteración psicológica o emocional alterará el bienestar físico y, por ello, se considera tan importante mejorar y preservar la salud mental (que se reflejará en el plano físico). «Las emociones van al estómago y éstas, junto con los pensamientos y los neurotransmisores, son responsables de la efectividad para perder peso», indica la Dra. Petratti, quien recalca, además, que la atención psicológica es fundamental para abordar los problemas asociados a las personas con obesidad desde una perspectiva integral y personalizada: ayuda a diseñar intervenciones adaptadas a las necesidades y contextos individuales, considerando no solo el comportamiento alimentario, sino también las emociones, pensamientos y dinámicas sociales de cada persona. «El trabajo de los aspectos emocionales es imprescindible para lograr una imagen corporal adecuada», afirma.
Los pensamientos crean emociones, que crean comportamientos que, a su vez, generan acciones, y esas acciones tienen consecuencias en la vida diaria. Comer es una conducta que libera numerosos neurotransmisores como la dopamina que nos hacen sentir bien; por lo que, aunque después puedan aparecer sentimientos de culpabilidad, la recompensa y la sensación de bienestar inmediata ayudan a disminuir la emoción de angustia que provoca la ansiedad. Comer de manera compulsiva es un síntoma muy propio de los estados de ansiedad. La Dra. Petratti explica: «Cuando buscamos en la comida un alivio temporal de las emociones negativas, el problema no reside en el acto de comer o en la misma comida, sino en la propia ansiedad. Por lo tanto, si somos capaces de controlarla, será mucho más fácil aplacar la necesidad imperiosa por comer que esta provoca».
Psiconutrición y estrés
La repetición de situaciones estresantes (aunque sean aparentemente mínimas) y la oleada de reacciones neurobiológicas que estos provocan acaba perturbando el equilibro entre las dos parejas de hormonas principales: cortisol y adrenalina por un lado (las hormonas de la acción), dopamina y serotonina del otro (las hormonas de la relajación y el placer). Paulatinamente, las primeras prevalecen sobre las segundas, provocando un círculo vicioso de tensión nerviosa permanente. La serotonina y la dopamina son cada vez menos eficaces. Nos sentimos menos en forma, el ánimo queda rápidamente afectado, la paciencia disminuye, lo mismo que la atención y la concentración… Además, serotonina y dopamina están estrechamente implicadas en el control del hambre y de la saciedad. Cuando pierden su eficacia (regulación de los flujos) en detrimento de la adrenalina y el cortisol, acabamos por no percibir los mensajes que nos envía nuestro cuerpo y comemos demasiado sin darnos cuenta.
«Este nuevo error de codificación aumenta aún más la sensación de falsa hambre», explica la especialista en obesidad y coaching nutricional. Y añade: «Las pulsiones que nos empujan a comer ya no son la manifestación de una necesidad real de nuestro cuerpo, sino una reacción errónea del organismo ante una desigualdad de nuestra programación hormonal».
La relación entre la psiconutrición y el estrés crónico como causante de obesidad se basa en varios mecanismos fisiológicos y conductuales. El estrés crónico activa el eje hipotálamo-pituitario-adrenal (HPA), lo que lleva a la liberación sostenida de glucocorticoides, como el cortisol. Estos glucocorticoides pueden aumentar el apetito y la preferencia por alimentos altamente calóricos y palatables, lo que contribuye al aumento de peso y la obesidad.
Vigilar la ansiedad
El estrés crónico también puede alterar la regulación del apetito a través de cambios en las hormonas relacionadas con la saciedad y el hambre, como la leptina y la grelina. La grelina, una hormona orexigénica, puede aumentar en respuesta al estrés, promoviendo el hambre y el consumo de alimentos.
Además, el estrés crónico puede influir en el comportamiento alimentario, al aumentar la vulnerabilidad a la adicción a la comida. Esto se debe a la interacción del estrés con los circuitos de recompensa en el cerebro, lo que puede llevar a un consumo compulsivo de alimentos ricos en azúcar y grasa. La activación crónica de estos circuitos de recompensa puede reforzar el comportamiento de búsqueda de alimentos como una forma de aliviar el estrés, creando un ciclo vicioso de estrés y sobrealimentación.
Por lo tanto, como resume la Dra. Petratti: «El estrés crónico puede contribuir a la obesidad a través de la activación sostenida del eje HPA, alteraciones hormonales que aumentan el apetito y la preferencia por alimentos palatables, y la interacción con los circuitos de recompensa que promueven la adicción a la comida. Estos mecanismos subrayan la importancia de abordar el estrés crónico en las estrategias de prevención y tratamiento de la obesidad».
Estrategias para un cambio sostenible
La obesidad es una enfermedad crónica y compleja, tanto en su etiología como en su fisiopatología, de carácter recidivante y que debe ser abordada por un equipo multidisciplinar y correctamente formado. Como defiende la Sociedad Española de Obesidad (SEEDO), no se puede hablar en estos momento de la obesidad como una enfermedad única, sino que es mejor acuñar el término de obesidades, para atender a las peculiaridades que exhibe cada persona que vive con obesidad. Sin embargo, en muchas de estas obesidades existe un importante componente emocional y un factor estresor.
Es habitual que muchas personas con obesidad acumulen kilos superfluos no porque coman, sino porque están sujetas a condiciones de vida estresantes que les empujan a ingerir a menudo de forma fraccionada y repetida (las falsas hambres) y, por tanto, difícilmente controlables. «Esta es la razón por la que hay que ocuparse primero de este estrés perturbador, de los pensamientos irritantes que provoca y de las emociones negativas que lo acompañan, para gestionarlo mejor antes de pensar en una regulación alimentaria o en un régimen restrictivo», recomienda la experta de SEEDO.
Además, señala: «Mientras que esta dimensión no se haya reequilibrado, todos los esfuerzos que se hagan para supervisar su alimentación chocan con órdenes contrarias que da el cerebro para hacer frente a esta situación que le perturba, le agrede y luego le trastorna». Según sentencia esta especialista, «el hambre emocional no se combate con dietas, sino con herramientas de regulación emocional y hábitos sostenibles».
Meditación y actividad física, entre las principales herramientas para combatir la obesidad
El bienestar físico y emocional puede conseguirse a través de las numerosas rutinas, hábitos o prácticas, según las necesidades de cada uno; hábitos absolutamente necesarios, en un sentido biológico, para mantener la salud y la energía. Entre ellos, como opina la Dra. Petratti: «La meditación es una herramienta útil para gestionar las emociones: es la medicación de todos los días». Lo esencial es conseguir relajar el sistema nervioso para reducir el impacto del exceso de estrés y para regular los flujos emocionales, a fin de reprogramar las creencias y limitantes que modifican nuestra vida.
Lejos de las dietas restrictivas, la Dra. Petratti apuesta por herramientas prácticas para romper el vínculo entre la ansiedad y la comida, incluyendo un control del estrés y regulación emocional (como técnicas de mindfulness, respiración y planificación de actividades placenteras); nutrición consciente, esto es, aprender a diferenciar el hambre real de la emocional y elegir alimentos con bajo impacto glicémico; y seguir hábitos saludables, como la implementación de rutinas de sueño, actividad física y control de los estímulos ambientales que llevan a comer por impulso.