Una odisea interestelar
El coronel Garfer se encontraba en su despacho repasando todos los preparativos de la Sexta Flota Espacial. Eran tantos los detalles de la misión encomendada, que su concentración debía ser total. Un sonoro pitido del interfono interrumpió sus profundas divagaciones. Apretó el botón.
– Teniente secretario, esta mañana le di a usted órdenes expresas de no ser molestado, salvo desastre sideral.
– Lo siento, mi coronel. Está aquí el capitán Vole. Trae graves noticias y ha insistido con pesadez en verle.
Un sonido gutural animal salió de la garganta del coronel.
– Bien, dígale que entre.
La puerta se abrió bruscamente y el capitán Vole entró muy nervioso, cerrando la puerta del despacho de un portazo. Como siempre, un poco encorvado y frotándose las manos. A pesar de la gravedad del momento, su cara tenía la misma mueca de siempre, entre sonriente y fumadillo. El coronel le miró con desdén.
– A sus órdenes mi coronel. Perdone la interrupción, pero ha sucedido un hecho inesperado e inoportuno.
– Ni se siente, permanezca de pie y sea breve, estoy muy ocupado con todos los preparativos. Espero que sea tan inesperado e inoportuno como su visita a mi despacho, porque de lo contrario… Dígame, ¿qué pepe ha pasado ahora?
– La Super Vice Generala la ha liado muy parda, otra vez.
– ¿Qué ha hecho esta vez esta ignoranta?
– Pues verá, mi coronel, no se le ha ocurrido otra cosa que decir públicamente que los ricos están preparando naves espaciales para un viaje interestelar cuando hayan dejado todo hecho una mierda. Y claro, resulta que los nuevos ricos somos nosotros y ellos, el Alto Generalato. Se ha enredado con sus discursos del siglo pasado y se ha hecho un lío verbo lingüístico, como siempre.
– ¡Por las barbas putrefactas de Fidel! Es más imbécil de lo que parece. Y ¿la disidencia que ha dicho?
– Hay de todo, mi coronel. Unos se ríen, otros se han indignado, otros la toman por el pito del sereno, otros están empezando a sospechar. No sabría decirle en que porcentajes. Pero la Super Vice Generala ha difundido a los cuatro vientos la misión secreta del Emperador y todo, sin que tenga que volver a la peluquería. Sin despeinarse, quería decir.
El coronel se echó las manos a la cabeza. Se levantó del sillón con brusquedad y empezó a andar de un lado para otro como un poseso. El capitán Vole, le miraba de reojo, temeroso de un arrebato de furia inmediato por parte de su superior.
– ¿Está enterado de esta subdeclaración el Emperador?
– No, mi coronel. Está en el Palacio de los Espejos Reflejantes con los príncipes Túzar y Demón, negociando el reparto del botín de estos años y de los venideros.
– Bien. Dejemos que sigan con tan importante negociación, no hay duda de que llegarán a un acuerdo.
– ¿Qué quiere que haga, mi coronel? Puedo preparar varias entrevistas de mierda…
– ¡Cállese! ¡Por los bigotes infestados de piojos y liendres de Stalin! ¿Podría, por una vez en su vida, aplacar su incontinencia verbal? Tome nota de lo que le voy a ordenar.
– ¿Me puedo sentar, mi coronel?
– No, tome notas en posición de Battement fondu. Pero… ¿qué hace?, ¿es usted idiota?, por las barbas humeantes de Castro, ¡siéntese!
Al capitán Vole, le costó volver a ponerse en una posición normal, ya que, al intentar hacer la posición que le dijo el coronel irónicamente, varios huesos de su cuerpo habían crujido.
-Tome nota de todo lo que le voy a decir. En primer lugar, ordene de mi parte a la comandanta Astor que difunda cientos de fake news, quiero que sean tantas, que confundan a todo el mundo y que rule por todos los medios infectos a la causa, que para eso les paga el Alto Generalato. En segundo lugar, comunique al coronel Zanos que haga encuestas para ver cuántos subdurmientes permanecen amodorrados aún, ya hemos perdido bastantes con el acuerdo entre el Emperador y el príncipe Demón. También quiero saber el número exacto de los otros dos grupos de adeptos a nuestra causa: los profanáticos y requetejetas. En ter…
– Eso se lo puedo decir yo, mi coronel.
– Capitán Vole. Como vuelva a interrumpirme, le hago una cirugía facial gratuita, que le arreglaré esa mueca estúpida de por vida.
Vole agachó la cabeza, mirando inmediatamente hacia su cuaderno.
-En tercer lugar, dígale al Alto Generalato que empiecen a culpar de todo a la disidencia, desde el Precámbrico hasta nuestros días…
– ¿Desde el Precámbrico, Señor? ¿no le parece mucho tiempo, mi coronel?
– Le he dicho que no me interrumpiera. Pero ¿a usted cómo hay que decirle las cosas? Desde el Precámbrico, está perfecto, así se puede culpar infinitamente y más allá, a la disidencia de todo lo que nos dé la gana. Ya sabe el dicho: “esparce mierda, que la mancha queda” …
–…y huele eternamente, señor– concluyó Vole, entre risas.
El coronel le soltó dos sonoros bofetones, uno en cada carrillo. Al capitán Vole, se le escapó una lágrima sin dejar de sonreír. Mientras, el coronel tuvo que reflexionar un momento para acordarse de lo último que había dicho.
– ¡Ah, sí!, ya recuerdo. Cuando digo el Alto Generalato, digo todos, especialmente, las generalas portavoceras, que lo hacen francamente bien. Por último y, lo más importante, que la Super Vice Generala Tero, acelere el saqueo general, ante una posible rebelión. Debemos tener todo bien atado, por si tenemos que emprender nuestro viaje interestelar de forma brusca. La clave está en el número de subdurmientes que empiecen a despertar, cuantos más despierten, más jodidos estaremos.
El coronel terminó de redactar, aunque siguió caminando con cierta preocupación. Vole, no se atrevió a hablar.
– Se me olvidaba, que alguien se lleve a la Super Vice Generala de compras y que no abra la boca hasta que tengamos todo preparado y bien atado. Esto es todo. Se puede marchar, capitán.
– A sus órdenes, mi coronel.
Vole, se cuadró ante el coronel y fue en dirección a la puerta. Cuando estaba a punto de cerrar, el coronel llamó su atención.
-Recuerde, capitán. La clave de nuestro éxito es, que el número de subdurmientes no disminuya y de recuperar a los que hemos perdido por culpa de los acuerdos que ha prometido el Emperador al príncipe Demón. Comuníqueselo a todos los implicados. Cuando termine, vuelva a informarme inmediatamente.
– Así lo haré, mi coronel, descuide, mi coronel. Que la mierda le acompañe siempre, mi coronel.
– Que la mierda nos acompañe siempre, capitán.
Continuará…
José Luis Águeda
Editor
«No se puede ser y no ser algo al mismo tiempo y bajo el mismo aspecto» – Aristóteles