Científicos que se infectaron a sí mismos para probar sus teorías
Desde ingerir bacterias hasta dejarse picar por mosquitos infectados: los valientes, y a veces temerarios experimentos de científicos dispuestos a todo por demostrar sus teorías
La historia de la ciencia está llena de hallazgos revolucionarios, pero algunos de los más impactantes no fueron descubiertos en sofisticados laboratorios ni tras décadas de estudios, sino gracias a actos de valentía, e incluso imprudencia, de científicos que decidieron usar su propio cuerpo como campo de experimentación. Aunque estos actos rozan el límite de la ética moderna, fueron fundamentales para demostrar teorías que, en su momento, eran rechazadas o ignoradas por la comunidad científica.
Max von Pettenkofer y el cólera
A veces, los autoexperimentos no salen como uno espera. En 1892, el higienista alemán Max von Pettenkofer se oponía a la teoría de que el cólera era causado por la bacteria Vibrio cholerae, defendida por su rival Robert Koch. Para probar su punto, Pettenkofer bebió un cultivo de la bacteria frente a testigos.
Sorprendentemente, no desarrolló síntomas graves, lo que utilizó para desacreditar a Koch. Sin embargo, con el tiempo se supo que no todas las personas expuestas a la bacteria se enferman, y que Pettenkofer pudo haber tenido suerte o inmunidad previa. En la actualidad se reconoce a V. cholerae como el verdadero causante del cólera.
Werner Forssmann y el cateterismo cardíaco
En 1929, el joven médico alemán Werner Forssmann tenía una idea revolucionaria: insertar un catéter en una vena del brazo para llegar directamente al corazón y administrar medicamentos. El problema era que nadie lo tomaba en serio; de hecho, muchos pensaban que el procedimiento podría ser mortal.
Decidido a demostrar su teoría, Forssmann se anestesió a sí mismo, se hizo una incisión en el brazo y guio un catéter hasta llegar a su aurícula derecha. Luego caminó tranquilamente hasta el departamento de radiología para hacerse una placa que confirmara la ubicación del tubo. Su atrevida autoexperimentación abrió las puertas a lo que hoy conocemos como cateterismo cardíaco, una técnica fundamental en la medicina moderna. En 1956, recibió el Premio Nobel de Medicina.
Albert Hofmann y el LSD
No todos los autoexperimentos fueron hechos con fines médicos inmediatos. En 1943, el químico suizo Albert Hofmann sintetizó una sustancia derivada del cornezuelo del centeno: el ácido lisérgico dietilamida, conocido como LSD. Mientras trabajaba en el laboratorio, absorbió accidentalmente una pequeña cantidad por la piel y comenzó a experimentar alucinaciones.
Días después, decidió tomar deliberadamente 250 microgramos de LSD para estudiar sus efectos. Lo que siguió fue el primer “viaje psicodélico” documentado de la historia. Aunque no se trató de una infección, su autoexperimentación sentó las bases para décadas de investigación en neurociencia, psiquiatría y psicoterapia.
Jesse Lazear y la fiebre amarilla
A finales del siglo XIX, la fiebre amarilla era una enfermedad mortal que afectaba a grandes poblaciones en América. Aunque se sospechaba que era transmitida por mosquitos, no había pruebas concluyentes. Jesse Lazear, un médico del ejército estadounidense, formaba parte de una comisión que estudiaba la enfermedad en Cuba.
Para confirmar la hipótesis, Lazear permitió deliberadamente que un mosquito infectado lo picara. Días después, contrajo fiebre amarilla y murió. Su sacrificio ayudó a confirmar el rol del mosquito Aedes aegypti en la transmisión de la enfermedad, un hallazgo crucial para la salud pública.
Barry Marshall y la úlcera péptica
Durante muchos años, se creyó que las úlceras estomacales eran causadas por el estrés, el picante o la acidez estomacal. Sin embargo, en la década de los 80, dos médicos australianos, Barry Marshall y Robin Warren, sospechaban que la bacteria Helicobacter pylori era la verdadera culpable. A pesar de sus investigaciones iniciales, la comunidad médica se mostraba escéptica.
Frustrado por la falta de reconocimiento, en 1984 Marshall tomó una decisión radical: bebió un cultivo de H. pylori para demostrarse (y demostrarle al mundo) que podía contraer gastritis. Días después, comenzó a sufrir náuseas, vómitos y dolor estomacal. Al realizarse una endoscopía, comprobó que tenía inflamación en el revestimiento del estómago. Más tarde, fue tratado con antibióticos y se curó.
Su experimento fue clave para el reconocimiento de H. pylori como agente causante de las úlceras, y en 2005, él y Warren recibieron el Premio Nobel de Medicina.
Ciencia, ética y límites
Hoy en día, estos actos son vistos con una mezcla de admiración y preocupación. La ciencia moderna exige protocolos éticos estrictos, aprobaciones de comités y el consentimiento informado de los participantes. Autoexperimentarse ya no es una práctica común ni recomendable, pero estos casos muestran hasta qué punto algunos científicos estaban dispuestos a llegar para defender sus ideas.
A veces, para cambiar la historia, hay que arriesgarlo todo, incluso la vida. Aunque hoy los métodos han cambiado, el espíritu curioso y valiente de estos pioneros sigue inspirando a las nuevas generaciones de investigadores.