El estigma de los trastornos mentales en la sociedad actual
Hablar de salud mental sigue siendo incómodo para muchas personas en la actualidad
Pese a que vivimos en una época en la que la información está al alcance de todos y se habla cada vez más de bienestar emocional, los trastornos mentales todavía cargan con una pesada mochila: el estigma social. Y ese estigma no solo duele, sino que también impide avanzar.
El estigma en salud mental se refiere al conjunto de creencias negativas, prejuicios y actitudes discriminatorias que la sociedad tiene hacia las personas que viven con algún tipo de trastorno mental. Va más allá de una simple opinión, se manifiesta en miradas de desconfianza, chistes que minimizan el sufrimiento, exclusión laboral, silencios incómodos o incluso miedo.
Muchos aún asocian la enfermedad mental con debilidad, peligro o incapacidad. Frases como “solo quiere llamar la atención”, “eso se le pasa con actitud” o “está loco” son más comunes de lo que pensamos. Y cuando una persona escucha eso una y otra vez, empieza a dudar incluso de su derecho a buscar ayuda.
Una de las razones principales por las que el estigma sigue existiendo es la desinformación. A lo largo de la historia, los trastornos mentales han estado rodeados de mitos, como que son contagiosos, que quien los padece no puede llevar una vida “normal”, o que la única solución es encerrarse o medicarse de por vida. A pesar de los avances en medicina y psicología, muchos de estos estereotipos siguen vivos en el pensamiento colectivo.
Además, los medios de comunicación han tenido un papel importante en cómo se perciben estas condiciones. Durante años, películas, series o programas informativos mostraron a personas con enfermedades mentales como peligrosas, inestables o incluso violentas. Aunque esto está cambiando poco a poco, el daño ya está hecho y todavía hay mucho que corregir.
El precio del silencio y el papel del entorno
Uno de los efectos más dañinos del estigma es el silencio. Muchas personas no buscan ayuda por miedo a ser juzgadas, a perder su trabajo o a que sus seres queridos no las comprendan. Esto retrasa el diagnóstico, agrava los síntomas y complica la recuperación.
Imaginemos que alguien se rompe una pierna y no va al médico por vergüenza. Absurdo, ¿verdad? Pues eso pasa todos los días con personas que sufren depresión, ansiedad, trastorno bipolar o esquizofrenia. El miedo al rechazo puede ser tan fuerte que prefieren callar, adaptarse y seguir fingiendo que “todo está bien”.
Familiares, amigos, compañeros de trabajo y profesionales de la salud tienen un papel clave en romper el estigma. No se trata de convertirse en expertos en psicología, sino de escuchar sin juzgar, de informarse, de no hacer comentarios que minimicen el problema, y sobre todo, de normalizar que cuidar la salud mental es tan importante como cuidar la física.
Hablar abiertamente sobre lo que sentimos, expresar cuando no estamos bien, permitirnos parar cuando lo necesitamos… todo eso también es salud. Y el entorno debe ser un espacio seguro para que eso suceda.
¿Podemos hacer algo como sociedad?
Cambiar una mentalidad arraigada lleva tiempo, pero se puede. Algunas formas de empezar son:
- Educar desde pequeños. Incluir la salud emocional en la educación es fundamental para que las nuevas generaciones crezcan con empatía y sin prejuicios.
- Hablar sin miedo. Compartir nuestras experiencias personales puede ayudar a otros a no sentirse solos. La vulnerabilidad también es una forma de valentía.
- Revisar nuestro lenguaje. Evitar términos como “locura”, “maníaco” o “psicópata” fuera de contexto, ya que perpetúan estereotipos negativos.
- Apoyar campañas de concienciación. Las iniciativas públicas y privadas que promueven la salud mental ayudan a visibilizar el problema y a generar cambios reales.
- Exigir recursos. No basta con buenas intenciones, hace falta que los servicios de salud mental sean accesibles, de calidad y sin largos tiempos de espera.
El estigma hacia los trastornos mentales además de injusto es peligroso. Porque impide que muchas personas reciban la ayuda que necesitan, perpetúa el sufrimiento y alimenta una cultura del silencio que ya no nos sirve.
Hablar de emociones ya no debería ser un tabú. La salud mental es parte de todos, no de unos pocos.

