Medicina

El CI no es una fuente fiable para medir la inteligencia

La práctica común de realizar pruebas de CI durante la infancia presenta sesgos y es imprecisa en algunas áreas

Desde que fue acuñado en 1912 por el psicólogo alemán William Lewis Stern, el término cociente intelectual (CI) ha sido una constante en las áreas de la pediatría, neurología o la misma psicología modernas para medir la inteligencia de los individuos. Constante ha sido también el debate en torno a él: particularmente en tiempos recientes se ha agudizado el número de expertos que ponen en entredicho la fiabilidad de estas pruebas y que las califican de obsoletas. Y es que no es para menos, la medida del CI se basa en diferentes preconcepciones y parámetros muy rígidos que obligan a desechar gran parte de los estudios realizados sobre el tema en los últimos cien años. Se entiende, no obstante, su empleo como una herramienta para categorizar de forma mecánica a grupos de individuos, particularmente en el entorno educativo en tiempos en los que no se disponían de métodos más certeros.

Sin embargo, numerosos expertos urgen desechar este concepto al que califican de arcaico y superficial. Precisamente, el reduccionismo que supone este método de medición es la primera crítica que enfrenta. Determinar la inteligencia de un individuo en base a un número limitado de preguntas sobre reconocimiento de patrones y agilidad mental banaliza enormemente el proceso de pensamiento del ser humano promedio, así como su capacidad para crear, razonar e interactuar con su entorno u otros individuos. Estos test, por tanto, ignoran que existen diferentes tipos de inteligencia tales como la inteligencia social, la emocional o incluso la relacionada con la creatividad. Todas estas son habilidades de gran utilidad, llegando incluso a superar en algunas circunstancias a la resolución de problemas o a la memoria, que son las únicas que reflejan las pruebas de CI.

Sesgo cultural

Además de medir solo ciertos tipos de inteligencia (lo que a su vez provoca que durante la etapa educativa se refuercen únicamente las áreas que potencien dichas habilidades), el tiempo ha demostrado que estos test tienen un sesgo cultural importante. Barreras como el lenguaje o el conocimiento previo tienen un gran impacto en los resultados finales de estas pruebas.

Según los resultados recogidos en varias ocasiones, los test de inteligencia demostrarían que las personas de bajos recursos, entornos marginales o con riesgo de exclusión social son, de forma inherente, menos inteligentes que aquellas que los individuos en situaciones sociales antagónicas a las suyas. Esta es una visión determinista: la inteligencia, sin embargo, tiene un fuerte componente social, como gran parte de fenómenos relacionados con el desarrollo emocional y psicológico de las personas. Dicha preconcepción fue discutida y refutada por varios profesionales, más notablemente el paleontólogo neoyorquino Stephen Jay Gould en su libro de 1981 La falsa medida del hombre.

En este libro, Gould critica la tendencia humana a convertir conceptos abstractos en concretos, tal y como el CI. También critica la idea de que la inteligencia está determinada por la raza o el sexo y que, a su vez, determina la clase social de forma hereditaria. En resumen, una persona que goza de toda clase de facilidades y oportunidades durante su desarrollo tendrá más posibilidad de triunfar en la vida. Además, ha quedado demostrado que la inteligencia no es un parámetro fijo: puede variar para una misma persona a lo largo de una vida de acuerdo a sus experiencias y actividad.

Otros sesgos relevantes

Estrechamente relacionado con este último argumento se encuentra el sesgo que demostraría supuestamente que ciertas etnias y culturas dispondrían de mejores resultados y, por tanto de una inteligencia superior. Esta afirmación ignora varios factores. En primer lugar, y en consonancia con lo anterior, ignora la situación social de los individuos encuestados. Muchas de estas personas provienen de países con constantes conflictos bélicos, con pobreza extrema y escaso o nulo acceso a la educación. En segundo lugar, obvia las diferencias culturales. En muchas culturas la comunicación verbal adopta un plano inferior en favor a la comunicación no verbal o a otros tipos de razonamiento y pensamiento.

Finalmente, el factor más importante en este aspecto es que la mayor parte de evidencias que apoyan este sesgo proceden de fuentes con dudosas intenciones. Este racismo científico en el que se sostienen las mentadas alegaciones data de hace seis décadas, en plena época de la segregación y lucha por los Derechos Civiles en Estados Unidos. Eugenistas como el Nobel de Medicina William Shockley o el psicólogo Arthur Jensen afirmaban categóricamente la existencia de una diferencia intelectual entre etnias con origen genético que, a día de hoy, jamás se ha llegado a demostrar.

Por otro lado, las fuentes originadas en décadas posteriores evidencian, además, ese sesgo de confirmación. El libro The Bell Curve, publicado en 1994 y considerado como un pilar de esta polémica, utiliza como referencias y fuentes investigaciones financiadas por la organización supremacista blanca Pioneer Fund. Otro de sus principales defensores, el psicólogo británico Richard Lynn, era editor de la publicación abiertamente supremacista Mankind Quarterly. Todo esto deja en evidencia unas intenciones claras por parte de los defensores y difusores de estas teorías que se han demostrado reiteradamente como acientíficas e infundadas.

Abrazar la diferencia

En conclusión, la inteligencia es un fenómeno muy complejo, que requiere de investigación exhaustiva, individualizada y diversificada; cualquier forma de racionalizarla cae en el riesgo de resultar en un análisis simplista. La realidad científica, sin embargo, ha rechazado categóricamente el determinismo que caracteriza estos análisis, rechazo que se pronuncia cada vez más conforme se siguen realizando avances en pedagogía, psicología y biología evolutiva. Estas ramas cada vez tienen más en cuenta las diferentes formas de expresión que tiene la inteligencia humana, así como sus aplicaciones y métodos de actuación. Asimismo, promueven reforzar las múltiples aptitudes de las personas durante la infancia. Y es que al final, como pasa con la humanidad misma, solo queda una constante: la diversidad.

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