Editorial

En un establo

Ha sido un honor y un placer haberle podido ver y escuchar. Hacía tiempo que no se veía tanta sensatez y coherencia en un discurso, dejando muestras de amplia cultura y exquisita educación, algo que se echa mucho de menos, en general. A sus casi noventa años, usted ha demostrado muchas cosas: que una persona puede y debe evolucionar ideológicamente, que no hay nada malo en defender ideas diferentes y que no son peores que las del contrario, simplemente distintas, pero tan válidas o más, a pesar de lo que muchos pretenden hacer creer constantemente.

Su discurso de cierre fue una demostración de respeto hacia los que habían sido sus oponentes dialécticos, dedicándoles unas palabras finales, con más afecto que animadversión, a cada uno de ellos. Muy emotivo. Qué sorpresa nos llevamos cuando terminó de hablar y ver que todos, con la excepción del partido que le propuso y poquito más, no le aplaudieron, permaneciendo callados, incluso alguno se permitió girarse para darle la espalda y algunas risas fuera de lugar.

Usted estaba en una de las cámaras de representantes del pueblo, donde se supone, que reside la soberanía nacional. ¡Qué mal! Siempre se dice que lo cortés no quite lo valiente. Independientemente de las ideas, la educación, la supuesta y extensa formación, la cultura, la inteligencia y el sentido común deben servir para algo. Lo que hicieron la mayoría de diputados, no difirió gran cosa de lo que hubieran hecho las bestias en un establo. Si alguien tiene oportunidad, que escuche atentamente, porque pareció oírse algún rebuzno, algún mugido y muchos, muchos balidos de las recuas y rebaños que no aplaudieron. Tengo la duda de si fue fruto de mi imaginación, o no.

La ciudadanía, en general, tiene mucha más educación de la mostrada en el Congreso de los Diputados, nos merecemos otros representantes con más y mayor sentido del honor. Lo dicho, en un establo.

José Luis Águeda

Editor

Un comentario en «En un establo»

  • “Cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto”.- Georg C. Lichtenberg

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