Editorial

El viejo, el mar y los tiburones

Terminé el último párrafo y cerré el libro. Me quedé mirando la portada y pasé mi mano sobre ella como si quisiera consolar con este gesto al viejo protagonista de la novela. Levanté mi mirada, un hombre frente a mí, sentado, estaba mirándome con sus profundos ojos azules, su cuerpo enjuto, su piel curtida por el sol y la brisa. Sus manos callosas y trabajadas descansaban sobre sus piernas.

Sostuvimos la mirada durante unos instantes. Me sonrió.

¿Le gustó el libro? – me preguntó.

-Sí, mucho. Es triste.

Gran metáfora de la vida ¿verdad?

-Desde luego. No se pueden expresar tantas cosas de forma tan sencilla.

Después de tanto esfuerzo y tanta penuria, a veces, no te queda nada, solo el orgullo y la satisfacción de haberlo intentado. -me mostró sus manos con un movimiento de muñecas.

Permanecimos callados unos segundos.

-El mar es duro. -Le dije con la intención de ser cortés con él.

Sí lo es. La vida también. Las historias, a veces no acaban bien, como en el libro.

-Injusto final.

Pero así lo quiso el autor. Otro final no era posible.

-No haciendo aparecer a los tiburones, hubiese sido posible otro final.

Sí, pero las experiencias malas enseñan mucho más que las buenas. Y los tiburones en la novela representan lo peor del ser humano.

-Los tiburones siempre cobran su pedazo correspondiente.

Así es. Luchas contra ellos y, aunque los puedas vencer, sabes que vendrán más. Todos quieren su pedazo y debes luchar por lo que es tuyo porque te lo has ganado con tu esfuerzo.

-Pero cuando lo ha perdido todo, al protagonista solo le queda la resignación.

¿Qué aprendió de esto?

-No lo sé, me produce una profunda tristeza.

¿Por qué?

-Porque el esfuerzo no sirvió para nada, perdió todo.

Aunque se pierda, siempre se aprende algo y eso, también es ganar.

Permanecimos un rato sin decir una palabra. Su presencia me producía ternura y confianza.

Mi parada es la siguiente, tengo que bajarme. Ha sido un placer conversar con usted.

-Igualmente, aunque ha sido breve. – le respondí

A veces, pocas palabras son suficientes ¿Me deja su libro? -alargó su brazo hacia mí.

-Por supuesto – se lo acerqué.

Lo hojeó durante un rato. Lo cerró momentáneamente y lo volvió a abrir por la primera página (en blanco). Depositó su dedo sobre ella y empezó a garabatear, como si estuviese escribiendo. Me lo devolvió con una amplia sonrisa. Se levantó, puso su mano sobre mi hombro golpeándolo con suavidad y tras abrirse las puertas, salió. Cuando se cerraron las puertas, abrí el libro por la página donde, con su dedo desnudo, había garabateado. El corazón me dio un vuelco. Sobre la página blanca, había un mensaje escrito en tinta azul de bolígrafo:

“Nunca se rinda, luche, aunque los tiburones siempre vengan a cobrar su pedazo y le puedan dejar sin nada. El mar es grande y nunca se es demasiado viejo para dejar de navegar. Con cariño, Santiago”.

Desconcertado ante lo que me acababa de suceder, hice el resto del trayecto absorto. Cuando llegué a mi casa, dejé sobre la mesa el libro. Desde ese día El viejo y el mar ocuparía un lugar destacado en la estantería, en mi memoria y en mi corazón.

José Luis Águeda

Editor

Un comentario en «El viejo, el mar y los tiburones»

  • «No puedes vencer a aquel que nunca se rinde » ( Babe Ruth, EE.UU. 1936)

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