Cuando el desayuno es un mantra
Las costumbres budistas nos enseñan como las comidas, especialmente el desayuno, pueden ser un proceso altamente espiritual
En los templos budistas de Japón y Tailandia (y de Laos, Camboya…), el desayuno es más que la primera comida del día, es un ritual de profunda conexión con la práctica espiritual. Lejos del bullicio de las estresantes mañanas en las grandes urbes, donde café, humo y contaminación acústica se entrelazan, los monjes inician su jornada con una comida que refleja su filosofía de vida: sencilla, equilibrada y extremadamente consciente.
Un acto de gratitud y disciplina
Antes de que los primeros rayos de sol acaricien el cielo, alrededor de las cuatro de la mañana, los monjes inician su jornada con una hora de meditación y otra de recitación de sutras, las oraciones tradicionales budistas. Además, en muchos templos de Laos y Tailandia, entre las seis y las siete, los monjes recorren descalzos las calles con sus cuencos de limosna, recibiendo alimentos de los lugareños. Este acto, conocido como Tak Bat, es más que una transacción de comida; es un intercambio de mérito y una expresión de gratitud mutua entre la comunidad y los monjes. Los profesos que llevan a cabo esta práctica emplean estas ofrendas como su única fuente de nutrientes en todo el día.
Sencillez en el plato, claridad en la mente
El desayuno budista dista de los excesos gastronómicos. En Tailandia, los monjes suelen recibir arroz, frutas, y a veces curry ligero, dependiendo de la generosidad de los donantes. A veces puede incluir también productos de origen animal como huevos o pescado. En Japón, el genmai (arroz integral), sopa de miso, encurtidos y tofu o verduras hervidas componen una comida equilibrada y fácil de digerir. La comida se desarrolla en silencio siguiendo la práctica de oryoki, un método de alimentación estructurado y meditativo.
Cada monje recibe sus tazones apilados, desdobla con esmero su tela y come con movimientos precisos, sincronizados con el ritmo de la comunidad. Para ellos, la comida es un proceso de autoconsciencia enorme: cada bocado es un regalo que debe disfrutarse con plenitud. Tras el desayuno, los monjes vuelven a orar en comunidad.
Esta simplicidad no es un mero hábito alimenticio, sino un principio de la vida monástica por la que se rigen. Comer con moderación evita la somnolencia y fomenta la concentración durante el resto del día. La ligereza del desayuno permite que la mente permanezca despejada para la meditación y el estudio del Dharma, los valores de la doctrina.
Somos lo que comemos
Como ya hemos visto, el desayuno es más que un evento aislado: es el primer eslabón en el ritmo de un día marcado por la diligencia. En muchas tradiciones budistas, es una de las dos únicas comidas diarias, siendo el almuerzo la segunda y, por consiguiente, la última. Después del mediodía, los monjes se abstienen de ingerir alimentos sólidos, lo que les ayuda a mantener la disciplina y la claridad mental.
Además, la manera en que se consume el desayuno influye en la actitud con la que se afrontan las actividades posteriores. Al comer en silencio, con plena atención en cada bocado, los monjes entrenan la mente para mantenerse presente. Este estado de conciencia plena se extiende luego a las labores del día, ya sea en la enseñanza, la limpieza del templo o el trabajo manual.
La importancia del aquí y el ahora
El desayuno en los templos budistas de Japón y Tailandia es una lección viva de la impermanencia, la gratitud y la moderación. Cada grano de arroz es un recordatorio de la interconexión entre todos los seres y de la necesidad de vivir con sencillez. También ayuda a recordar que el tiempo es finito y que, por tanto, debe ser disfrutado con plena consciencia.
Mientras que en nuestra vida cotidiana el desayuno suele ser apresurado o incluso ignorado, para otras personas en otros rincones del mundo se convierte en un momento de anclaje, una pausa consciente que marca la diferencia en el resto del día. Vivimos con mucha prisa, sin apreciar el día a día, y en ese proceso tendemos a ser negligentes con nosotros mismos. Quizá convendría parar un momento y recordar qué significa estar vivos.