Viajes por el submundo
El otro día fui a la compra y me dije “¡Voy a ir al super de Nadia!” Por supuesto, para ir al super de Nadia, hay que viajar en el tren de Llop y, de paso te pegas un viaje de lo más entretenido y erudito. Pero de las sesudas conversaciones que oí durante el trayecto, ya hablaré otro día.
Como iba diciendo, fui al super de Nadia. Estaba vacío de personas, no había nadie, ni el “Tato”, ni “Perry”, ni “Dios”, por no haber no había ni personal para atenderte. Daba hasta miedo entrar. Con mucho cuidado, fui avanzando lentamente con mi carro, viendo productos y precios. Los estantes estaban rebosantes de productos sin inflación, sin caducidad, muy coloridos y brillantes. Como decía mi abuela, con lustre. Tanto, que llené mi carro y, además, me salió gratis porque no había nadie para cobrar. El problema vino cuando salí por la puerta, la compra se esfumó. Inmediatamente volví a entrar para buscar a alguien a quien reclamar. Al entrar, el carro volvía a estar lleno. ¡Alucinante! Como un niño ante algo mágico, entraba y salía, una y otra vez, una y otra vez y la compra aparecía y desaparecía, según saliese o entrase en el súper. No daba crédito.
Una voz venida de arriba, del cielo, me habló. Me quedé paralizado con el carro en mitad de la puerta, de tal forma que la mitad de mi compra estaba y la otra mitad se había esfumado.
-¿Quién me habla? – dije tímidamente.
–Soy Dios – Su voz sonó más potente aún.
-Y ¿qué quieres de mí? – estaba verdaderamente acojonado.
–Solo quiero que sepas que puedes coger todo lo que quieras del super de Nadia, gratis. Solo hay una regla: no puedes salir del super.
-Entonces, ¿para qué me sirve?
–Realmente, para nada. Pero me quedó muy bien decirlo en el telediario, como todo lo que decimos.
-¡A ver si lo entiendo! Puedo coger cuanto quiera, pero sin salir del super.
–¡Exacto!
-No es muy práctico esto, Señor- ¡Está condicionado!
–Como todo en esta vida. ¿Qué creías? ¿Qué vendrías a comprar productos sin inflación y llevártelos a tu casa?
-Claro. Eso es lo que dijo Nadia, que en su super todo era barato, barato.
–Y Nadia, no te mintió. Aquí tienes la prueba.
-Ya, pero las contraindicaciones no las dijeron en la tele.
–Nunca decimos las contraindicaciones, ¿acaso crees que somos idiotas?
-No. Por favor, Señor. No os ofendáis conmigo.
–Te perdono.
-El caso es que tu voz, Señor, me suena. Me suena mucho.
–No me digas. ¿A ver si adivinas quién soy?
-Sí, pero no caigo… quizás sea por el eco.
–No importa. Yo soy el principio y el fin. El que vino y no se irá.
-Y ¿estarás todo el día conmigo, Señor?
–Yo no. Tengo asuntos muy importantes que atender siempre. Pero no te preocupes, tengo dos ángeles de la guardia y custodia vigilándote todo el día.
-¿Qué me dices, Señor?
–Sí. Tranquilo. Se llaman María Jesús y José Luis. Todo lo que haces lo ven y toman buena nota de ello.
-¿Y tengo que resignarme a tenerlos todo el día vigilándome?
–Sí. Todo el día. Deberías darme las gracias. Velan porque tus pecados no se produzcan y si se producen, que pagues por ello, mucho más de lo que pagas sin cometerlos.
-¿Y no puedo deshacerme de vosotros? Al fin y al cabo, no creo en vosotros. Para serte sincero, he dejado de creer en casi todo, tengo una decepción enorme, me siento abatido, abandonado, extorsionado, exprimido y ninguneado.
–Ya te dije que vine para quedarme y me quedaré, no tengas duda. Yo soy Yo, el Principio y el Fin, el Todo y la Nada, la Vida y la Muerte. Omnipresente, Omnipotente…
Intenté interrumpirle tras media hora de discurso, pero no había manera, decidí esperar a que terminase y durante otro tanto siguió.
–… ecosistema… sostenibilidad… energías renovables… bla, bla, bla… resiliencia… y ¡he venido para quedarme!
En mi cabeza retumbaba todo y la última puta frase, sobre todo.
Tras un discurso de hora y pico diciendo nada, caí en la cuenta, ¿cómo no tuve claro quién era quien se hacía pasar por Dios? Solté el carro de la compra como si me hubiese dado una descarga eléctrica de 2.000 € la factura, con tarifa reducida. Miré por última vez el carro rebosante de productos sin inflación, pero tan virtuales como el mundo en el que vivían estos. Corrí a toda prisa a coger el tren de Llop y regresar al mundo de la gente corriente.
José Luis Águeda
Editor
«Cualquiera que no los reciba ni oiga sus palabras, al salir de esa casa o de esa ciudad, sacudan el polvo de sus pies. Y si alguno no os recibiere, ni oyere vuestras palabras, salid de aquella casa o ciudad, y sacudid el polvo de vuestros pies» (Mateo 10:14)