Vampiros, tuberculosis y SIDA
Los vampiros se han utilizado como metáfora de la tuberculosis en la literatura gótica y del VIH en la cultura moderna
Hagamos un ejercicio: imaginemos un vampiro. No es un ejercicio de originalidad; simplemente debemos recurrir a la primera imagen que se nos venga a la cabeza. Muy probablemente, el ser que haya cobrado vida en nuestra imaginación sea de la guisa de Drácula o Nosferatu. Qué narices, apuesto que la mayoría hemos imaginado a cualquiera de estos dos personajes. En cualquier caso, la imagen va a ser la misma para la inmensa mayoría de personas: un ser lánguido y pálido, posiblemente de aspecto enfermizo y que rehúye de la luz.
Los mitos, antiguos o modernos, acostumbran a encerrar lecciones, enseñanzas, analogías y símiles con el mundo real. El mito del vampiro, por supuesto, no ha sido una excepción. Presentes en el folklore de diversas culturas de todo el globo, los vampiros representan profundos temores atávicos como pueden ser el miedo a la muerte, a lo desconocido e, incluso, a las enfermedades. De hecho, la creencia en vampiros en las sociedades preindustriales se debe en gran parte al desconocimiento general de, por ejemplo, el proceso de descomposición de los cadáveres o de males como la peste bubónica.
En los últimos siglos, los vampiros se han utilizado ocasionalmente como personificaciones de epidemias devastadoras, desde la tuberculosis en la literatura del siglo XIX hasta la crisis del VIH en la ficción reciente. Analizar estas representaciones no solo nos permite entender la evolución del mito vampírico, sino también comprender cómo la cultura refleja y desafía ciertos tabúes sociales.
Nacimiento del mito gótico
En el siglo XIX, la tuberculosis (también referida como tisis) se convirtió en una de las enfermedades más atemorizantes. Esto se debe a tres motivos principales. En primer lugar, su naturaleza altamente contagiosa: la tisis se transmite con mucha facilidad a través del aire, cuando una persona infectada escupe, tose o estornuda. En segundo lugar, el conocimiento médico de la época no pudo combatir su altísima mortalidad. Por último, los síntomas incluían expulsión de esputos sanguinolentos, debilidad, palidez y delgadez extremas. Esta descripción nos suena de algo, ¿verdad?
A finales de siglo se publicó la obra sobre vampiros más famosa e influyente: Drácula (1897), del escritor irlandés Bram Stoker. En esta novela, el conde Drácula viaja desde Transilvania, en Rumanía, hasta el corazón de Inglaterra, extendiendo su influencia como una plaga incontrolable. Y es que la mordida de Drácula no solo drena la vitalidad de sus víctimas, sino que las condena a una lenta decadencia antes de «contagiarles» su vampirismo.
Visto así, resulta imposible no relacionar la tuberculosis con el proceso al que induce el personaje titular de la novela. Esto se evidencia de forma aún mayor en el personaje de Lucy Westera. Su pérdida de energía, su piel cetrina y su progresiva debilidad evocan los síntomas de la tisis, mientras que su transformación en vampiro evoca la propagación de un mal que corrompe y deshumaniza.
Stoker no fue el único en anexar la enfermedad y lo sobrenatural. En otros relatos góticos, como Carmilla (1872) del también irlandés Sheridan Le Fanu, se explora esta conexión. En esta novela, el vampiro femenino que le da nombre no solo parasita a sus víctimas, sino que también las manipula psicológicamente, sugiriendo un contagio que trasciende lo físico para afectar la identidad y la pureza de la protagonista.
Entrevistas con vampiros y erotismo: la interpretación contemporánea
Con la crisis del SIDA a finales del siglo XX, el vampirismo adquirió una nueva dimensión. Muchos autores y guionistas vieron en estas criaturas una metáfora perfecta del tabú social que supuso el VIH y, en cierto modo, la homosexualidad. Y no es para menos: entonces, la enfermedad autoinmune iba ligada a un gran estigma social y a la psicosis colectiva.
El VIH se asoció con la idea de un enemigo invisible que se esconde en el cuerpo y se transmite de manera imperceptible. La discriminación hacia la comunidad LGBT y la paranoia generada por el desconocimiento popular encontraron en la figura del vampiro una nueva manera de representar la angustia ante la infección y el rechazo.
Ejemplo de ello es la novela Entrevista con el vampiro (1976) de Anne Rice. Aunque se publicó antes del auge de la crisis del VIH, la forma en que se transmite la «infección vampírica» a través de la sangre adquirió un nuevo significado en los años 80 y 90. Los personajes de Rice representan el aislamiento de quienes viven con una enfermedad incurable, así como el temor al contacto y la imposibilidad de una cura. La adaptación cinematográfica de 1996 captó bien este cariz, pues puso el aislamiento como foco principal y dotó a la obra de cierto tono erótico.
El vampiro en la cultura pop
Lo cierto es que la película protagonizada por Brad Pitt y Christian Slater no es la única vez que se ha podido relacionar a los vampiros con los problemas de salud en la gran pantalla. Un ejemplo es The Hunger (1983), en la que una pareja de vampiros encarnada por Catherine Deneuve y David Bowie, son tratados por una doctora especializada en el sueño, interpretada por Susan Sarandon.
Otro ejemplo menos sutil es la serie de televisión True Blood (2008-2014). En ella, los vampiros son una metáfora del estigma asociado con el VIH y la homosexualidad. La «infección vampírica», transmitida por sangre, y la discriminación que enfrentan los vampiros en la sociedad reflejan la marginación y el rechazo que experimentaron muchas personas seropositivas durante las décadas de los 80 y los 90.
El vampiro como símbolo atemporal del miedo
En resumen: desde la tuberculosis hasta el VIH, el vampiro ha servido como un espejo de los temores milenarios colectivos a lo desconocido y a la mortalidad. Su figura ha permitido explorar, a través de las historias de ficción, el miedo al contagio, el deterioro físico, al ostracismo y el estigma social.
Tal como ocurre con toda tendencia cultural, el mito vampírico se ha ido readaptando a las inquietudes de cada época, ya fuesen las del siglo XIX o las contemporáneas. La humanidad, herida por la marca de la enfermedad y la marginación, encontró en la literatura y el cine una poderosa vía para expresar su pesar y desasosiego. Así, quizá, la próxima vez que nos sugieran imaginarnos un vampiro, reflexionemos sobre por qué se nos viene una imagen concreta a la cabeza.