Testimonios

Mi experiencia con el sueño

Soy una de esas personas que se despiertan por la noche, y se están una, dos, y a veces hasta tres horas, despiertas. Actualmente apenas es un problema para mí, gracias sobre todo a que me he jubilado y no tengo prisa para levantarme.

Habría que saber hasta qué punto era un verdadero problema antes, o solo lo era en la medida en que tenía que levantarme a las siete para ir a trabajar. ¿Es normal (o, mejor digamos, es natural), para muchos seres humanos, el despertarse por la noche durante un buen rato? Hay testimonios de que, hace unos pocos siglos, en Europa, había un “primer sueño” y un “segundo sueño”, de manera generalizada. Tal vez en esa época la gente no se veía forzada a levantarse a las siete de la mañana.

¿Cuál es, actualmente, el porcentaje de personas que se despiertan una hora o más por la noche? Lo ignoro. ¿Cuál era ese porcentaje hace siglos? ¿Ha variado ese porcentaje? Y también, ¿cómo duerme la gente en otras culturas, por ejemplo en las tribus africanas o amazónicas? ¿La siesta vespertina forma parte del tiempo de sueño diario del ser humano? ¿La necesidad de la siesta varía según la estación del año, o según la latitud, o según el horario de verano o de invierno?

El despertarme por la noche, no es algo que me ocurra todos los días. Sí que me ocurre casi todas las noches, pero a veces (pongamos un día de cada quince) duermo de un tirón. Es cierto que, ese día que duermo de un tirón, no me despierto tarde, sino más bien pronto; pero duermo de un tirón.

El dormir de un tirón no significa que me encuentre mejor al levantarme por la mañana. Si puedo levantarme a la hora que quiera, aunque haya estado despierto dos horas por la noche, también me levanto bien.

El despertarme por la noche, me suele ocurrir a las cinco y media o seis de la mañana. He aprendido a tomarme con tranquilidad el estar despierto en la cama, a no ponerme nervioso por ello, y a rehuir los pensamientos negativos que a esa hora me sobrevienen. En general las mañanas son peores para mí, suelo estar más optimista a partir del mediodía; sé que funciono así e intento recordarlo.

De vez en cuando hay días en que me despierto a las cinco, a las cuatro, o incluso a las tres y media de la madrugada. Después, la hora del “sueño bueno” –más plácido, más fantasioso y más reparador- suele ser hacia las siete o siete menos cuarto. La que era, precisamente, la hora de levantarme para ir a trabajar, cuando trabajaba.

El punto en que me despierto, ocurre de manera muy natural, nada traumática y nada progresiva; es simplemente como si, de pronto, ya hubiera dormido todo lo que tenía que dormir, y no tuviera más sueño. Me despierto como si la noche hubiera ya acabado.

Algún día, al despertarme, y encontrándome inspirado, me he puesto a escribir en el ordenador, pero eso es raro, ya que evito las pantallas en ese momento. Después, me vuelvo a la cama y no suelo tardar en dormirme, ya con el sueño “de verdad”.

Aunque el punto en que me despierto se caracteriza por un ánimo tranquilo, habitualmente hay un progresivo empeoramiento, un estado de nerviosismo que tiende a invadirme. La respiración tiene cierta intensidad y velocidad, como un desasosiego que se retroalimenta a sí mismo, y que es difícilmente apaciguable con intentos de relajación; la experiencia me demuestra que lo mejor es confiar en que el paso del tiempo, de las horas, hará que la respiración se aquiete por sí sola, se aplane y se haga mucho más suave y lenta; y el estado psicosomático dé un vuelco total tras el sueño plácido de las siete, ya para cuando me levanto, digamos, a las nueve menos cuarto. No sé por qué el cuerpo, y la mente, se empeñan en ponerse mal a unas horas en las que se supone que deberían estar en lo mejor del día, o al menos de la noche.

Cuando no podía levantarme a la hora que quisiera, por tener que trabajar, sufría de forma acumulativa el estrés del trabajo. He trabajado con niños, he sido maestro, en un régimen laboral complejo. Veía, día tras día a lo largo de la semana, cómo el estrés me iba cambiando la personalidad y dificultando la concentración. El fin de semana no me permitía recuperarme lo necesario. Hacía cosas raras de vez en cuando; y, como dice Matthew Walker, yo mismo era a veces incapaz de evaluar hasta qué punto mi comportamiento y rendimiento estaban afectados, disminuidos; me creía normal e incluso bien, y además solía parecer más optimista y dinámico a los ojos de la gente (cuando estaba más descansado, a veces me notaban “raro”). No había, aparentemente, una motivación para descansar de verdad.

Muchos días conseguía sacar tiempo para echar una siesta de veinte minutos a las cinco de la tarde, y notaba la diferencia. Sé que la siesta deja “mal cuerpo” a algunas personas, ese era mi caso también hasta los treinta años, pero a esa edad algo cambió en mí y empecé a ser capaz de dormir la siesta.

Doy fe de que unas mismas circunstancias sociales y laborales no son igualmente estresantes para todo el mundo. Creo que los factores de estrés son en cierta medida endógenos, dependiendo de los valores y los esquemas –mayormente subconscientes- del sujeto; si el sujeto logra conocerse bien a sí mismo (cosa difícil), y encarrilarse, puede gestionar en cierta medida el estrés. Pero, si su cuerpo le lleva automáticamente a despertarse por la noche y no dormir lo suficiente, y además no tiene posibilidad de echar la siesta por el día, la situación es muy mala.

Actualmente me pongo un par de esparadrapos suaves cerrando los labios (“Micropore”) para irme a dormir, porque tiendo a quedarme con la boca abierta. Llevo tres meses poniéndome esos esparadrapos, no he notado ninguna mejoría en el sueño –creo que duermo igual que antes, salvo que obligadamente respiro por la nariz- pero puedo decir que este invierno, por primera vez, no he sufrido ningún catarro ni gripe ni he tenido apenas mucosidad; así que, la incomodidad del esparadrapo (que solo dura el primer medio minuto, pues después enseguida se olvida), se ve compensada.

Adolfo Palacios González

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