Editorial

Impuestos

IMPUESTOS. ¡Qué palabra! Solo leerla u oírla da miedo y tembleque. Esto sí que da miedo y no otras cuestiones. Los titulares del asunto, en todas las épocas y periodos, se han convertido en seres despreciables, casi satánicos. Y no existe exorcismo que los erradique o volatilice.

De lo que gana un ciudadano (que sea una cantidad digna, claro), ¿cuánto se queda el Estado? Entre el 40% y el 70%. Así, en números redondos y sin lubricante que lo suavice. No se pagan impuestos solo en las nóminas, en las facturas o en la declaración de renta. Se pagan impuestos todos los días, en cada compra que se hace, en cada momento. Da lo mismo si es voluntario o involuntario, necesario o superfluo, por cosas materiales o por servicios, por amor o por ruptura, hasta por nacer o morir. Todos los días, si compras o adquieres algo, impuestos (21% en general).

Que pagues el 10% de lo que ganas, sería considerado casi como dar una limosna. Que pagues el 20% de lo que ganas, sería algo razonable, incluso pudiera ser una cantidad insuficiente. Que pagues el 30% de lo que ganas es doloroso, es casi un tercio, que es mucho, pero también pudiera parecer razonable. Que te quiten el 40% de lo que ganas, empieza a ser abusivo, alarmante. Que te quiten el 50% o más, podría considerarse algo más cercano al robo que a una contribución social, sin más. Los que lo promueven podrían estar más cerca de ser unos ladrones que unos servidores públicos y los que lo justifican, unos interesados que perciben algo de ese 50% o más y por eso lo justifican.

¿Quién cuestiona unos impuestos justos?

Solo los egoístas. Todos somos conscientes que tenemos que pagar impuestos para cubrir las necesidades de la sociedad en la que vivimos. Cuando pagas algo justo, te sientes satisfecho, no cuestionas nada, sabes que con tu contribución se hacen muchas cosas útiles y necesarias. Cuando te quitan lo que es tuyo, duele y si son para cuestiones totalmente arbitrarias y muy cuestionables, duele mucho más.

El dolor no es solo porque te lo quiten, que ya duele, sino por qué te lo quitan, que es mucho peor. Ese exceso entre lo justo y el acercamiento al robo es lo que mantiene a todos los parásitos sociales con una actividad mediática desenfrenada para engañar a muchos ciudadanos y hacerles creer que velan por el bien común, cuando en realidad es para mantener una red clientelar.

Hay que ser muy, muy sinvergüenza para decir que “el dinero público no es de nadie” y como no es de nadie, aquel que lo administra, puede hacer con ello lo que le dé la gana. El dinero cuesta mucho ganarlo y lo que recauda el Estado por impuestos, es del Estado, es decir, de todos los ciudadanos que pagan impuestos y si no cobran del Estado, con más razón aún. A la titular del asunto: cuando te dirijas a los ciudadanos, hazlo con un poquito de respeto, por favor. Reírse de aquellos que te pagan el sueldo no está bien.

José Luis Águeda

Editor

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